miércoles, junio 04, 2008

Mi querido bus.
Donde todos bailan al ritmo del mismo bache


Cada mañana espero de diez a quince minutos en la esquina. En una mano sujeto el cambio exacto y mi credencial de la escuela, en la otra mis dedos tamborilean listos para hacer la intempestiva parada al camión que se contonea velozmente por la calle que está a cinco cuadras de mi casa.

La parada del camión. No hay nadie más valiente que los que nos aventuramos a domar esos monstruos mecánicos conducidos por choferes desvelados y apresurados. Tener la suerte de que se detenga no es suficiente, las colonias, que más parecen microcosmos, llenan el bus con solo dos esquinas. Una coreografía permanente de gente subiendo y bajando, dando de caderazos en cada frenón si les toca ir parados.

Subir y encontrar lugar también es un reto, sobre todo si esperas la ruta que llega a las ocho o nueve al centro de la ciudad, y que el asiento este firmemente clavado en el piso es otro punto, allí vamos como en una enorme mecedora que echa humo, dando brincos en los baches que el municipio jura no existen, a dre na li na pura, hay que saberse sujetar para no tumbarse en un tope.

¡Trompas rosas, naranjas, nombres con chinola blanca!, nada parece más representativo de nuestro arte popular que los murales que adornan la parte trasera de los camiones. “Lorenzo” “Mi querida Lupita” “El rey del camino”, se lee en las pared interior junto al chofer que no suelta su coca cola fría ni un instante.

Es un juego de culturas, un abanico de niveles económicos medios, bajos y más bajos: el joven intelectual con su libro de letras pequeñísimas, el albañil que se empina la botellita de mezcal en una bolsa de papel mientras que una señora se persina al pasar frente a la iglesia.

“!Bajan! ¡Suben! ¡No llevas vacas!, los camiones urbanos son el único foro abierto que recorre la ciudad sistemáticamente con su interior a reventar. Algunos hasta se sienten como en casa, juguetean con su nariz, se maquillan, y los más desinhibidos cantan a pecho con la rola estruendosa de su celular.

Hoy, escuché en la radio que habrá un mejor transporte, sin el chocolate Pikolo a dos por cinco pesos, los bolis que subieron, por cierto, a cuatro pesos, y los pays de ex adictos. Un transporte sin los mensajes de amor en los asientos, el olor a hombre y mujer, el chicle que yace eternamente escondido bajo el asiento, hasta que un mala suerte mete la mano de pura casualidad.

Será el nuevo sistema más rápido y mas barato –quiero creer-, solo espero no perder el gusto de viajar en el circense espectáculo, donde todos parecen bailar al ritmo del mismo bache, luego de una dura jornada diaria.

¿Qué pasa por la calle?

4 comentarios:

B.R. dijo...

aaaah, me encantan los viajes largos en camión, en rutera por acá. El otro día en un viaje de'sos pensaba en escribir algo acerca de mi experiencia en estos. Pero ñem, ya vez como luego somos los jóvenes, mejor rascarse la cola mientras se ahorra la fatiga. Pero bueno, Polly, nunca confíes en quien se queje de estos viajes, mucho meeeenos si jamás se ha subido al bus, mana. ALBUSALBUS!!

Jimena dijo...

Ay! Me encantó este post! Los viajes en transporte público son viajes a través de la ciudad en más de un sentido, nunca son sólo traslados geográficos, son viaajeees. Yo le tengo harto cariño también a los microbuses y el metro de mi querido Defectuoso...
:)

chloè dijo...

hola! hace tiempo no pasaba por aqui y bueno..debo decir que he disfrutado al maximo este post, la capacidad de describir cada minimo detalle, me recuerda a los asoleados medios dias en la placita san pedro a esperar diariamente el camion...ahora tengo aunto! pero ese no es el punto..el punto es que gracias...gracias por ese extraordinario viaje que me hiciste dar por bus de nuevo, al leerte.

Tasta dijo...

No se apure, aunque cambien el transporte, el circo se sigue moviendo... no importa sobre cuales ruedas.