Me dijo que la suerte escapaba por debajo de su saco en formas de miles de insectos regordetes, era como si un enorme silbido brotara de pronto del pecho y rasgara los antebrazos con una fuerte ventisca; sacude la mente, deja los pies flotando, mirada perdida, ojos azorados y cansados. Un lunes. La suerte se me fue un lunes de otoño, murmuraba con la mano estirada en señal de pedir dinero. Y lo veían sin prestar atención. Sin darse cuenta de que era un hombre con saco curtido, mirada de quien la tuvo y finalmente reconoció que la perdió.
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