Bichos con pecas
Imagino que ya viste el rayón que dejé en tu pared de litio. Sí era crayón, crayón verde con dientes incisivos, in ci si vo, no sé lo qué es pero me imagino un diente mordelón. Cariño lo siento, no, no es cierto, no siento ni madres, cuando el pequeño escarabajo entró a nuestra cocina con su cuerpecillo asoleado no pude evitar que mi lengua se alargara, lo enroscara y se lo llevara de un rápido latigazo hasta mi boca. Me lo tragué, pero no entero, mira todavía brilla y está calientito. ¿Quieres que lo saque de mi panza para ti? ¿Puedo pedirle disculpas? No, no quiero. No, no hoy, tengo hambre. Ahora tendrás que llamar de nuevo al gerente de piso para que envie a la merolica cuenta chistes.
Y luego ese poema de los puntos, las pecas, las manchas, las goteras o cosa parecida. Cariño, cómo que dos puntos, no es barato escribir de puntos sin que duela el corazón porque no imagino quién es el otro si tú debes ser uno. Y yo no quiero ser un punto, un puto punto en la punta tuya, una mancha, un destino, un eje, no otra vez con la geometría simplista de círculos, centros, chacras. Quiero ser un triángulo entero regordete y amarillo, quiero ser la distancia entre los tres vértices y no una parada de emergencia señalada con un punto de usted está aquí, odio la absurda permanencia, estar varada como granito de sal que olvidaron en la mesa y espera el trapo que lo tire al suelo.
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