sábado, agosto 15, 2009

Mi atractiva, magnánima, perfecta. ¡A tu lado es infinita la veta del placer! Te veo entintada penetrando el papel, y soy casi dichosa.



El pedido debió llegar hace días: seis diseños exclusivos de Mont Blanc que armonizarán con mis atuendos de la próxima semana. Plumas, sí, plumas bañadas en oro, metales blancos, piedras preciosas, tinta lo bastante espesa para perdurar y tan ligera, que no agotará mi mano deslizándose entre autógrafos y bouchers.


Le dije a Van que desconfiáramos de Mont Blanc. Su último diseñador posee pésimo conocimiento sobre encaje de color en texturas. El mes pasado devolví las plumas porque tenían puntas inadecuadas. Es menester mantener mi letra ilesa, perfecta, años de caligrafía no se echan por la ineptitud de un pelafustán. Allí viene Van. ¡Cariño estoy en la sala!


-Querida, malas noticias. Mont Blanc se retrasará diez horas más.


-¡Lo que me faltaba! Si saben que nuestro crucero parte mañana y tengo una cena despedida con el Barón Mousé.


-No está en mis manos y nos recompensarán. Debo salir, no bebas demasiado, te amo.


¡Nos recompensarán! ¡Nos recompensarán! Si ya es recompensa que me permita coger sus tinteros y fuentes para trabajar y salir. Aún recuerdo la primera que tuve. Recibí el regalo de parte del Barón Mousé, desde entonces nos queríamos y fue quien llegó a casa con mi primera obra impresa. Sentí palpitarme el alma sólo de ver dos anhelos juntos, uno en manos de otro. Se abalanzó hasta la sala, me besó, me felicitó, y entonces allí, justo en ese instante, apareció la primera, la verdadera pluma bañada en 18 quilates de oro y mil 210 cortes de diamante. ¿Me dedicarías éste ejemplar? Preguntó. Yo sin pensarlo tomé aquel instrumento como se haría con la criatura más delicada y comencé a exprimir su tinta a lo largo de la hoja. Con amor para Mousé, su siempre querida Jan Pakstó.


De allí solté fervor por las plumas, el utensilio máximo de mi trabajo era también yo. Debía hacerme segunda, como el guardarropa, perfume, peinado; el brillo u opacidad de ésta sonrisa. Compré cinco, veinte, hasta que terminé destinando el que sería cuarto para mi nunca concebido hijo, como albergue para mis verdaderas hijas. Son ellas quienes heredan este pensamiento, quienes quebrantan, ironizan mis costumbres, quienes con un intempestivo movimiento son capaces de oscurecer las palabras que he escrito a lo largo del día. Peregrinas mías, viajeras mías, confidentes, sólo frente a ellas me atrevo a soltar verdades y vicios sin vacilar. En alguna ocasión, una mujer me interceptó en el vestíbulo del Hotel Roma. Llegó casi arrastrándose y cuán enorme sorpresa fue entrever por el abrigo que sacaba mi segundo libro, el que dicen, está agotado cada tres meses. Señorita, Señorita, gritoneó jalándome la seda del corsé. ¿Sería tan amable? Y entonces que alza una irreverente pluma BIC, ¡de tinta azul! Sentí comprimirse mis pulmones, me faltaba aire, ¡una BIC! y encima azul, cuándo se ha visto alguna impresión en tan nefasto tono, ¡era aberrante imaginar tal calidad de tinta envenenando mis páginas! tuve que rogarle se retirara, nadie, ni el peor de los escritores, merece tal humillación. Sería parecido dejarse llevar por editoriales fraudulentas, usar papel de obscena calidad, impresiones ilegibles. Y saber que exiten anécdotas peores, aunque claro, regocijantes encuentros también. Nunca olvidaré cuando dejaron un nombre en recepción para mí, a leguas era falso: Tintoreto Amazónico S. Me pedía concederle el honor de cenar juntos sólo por capricho y si fuera posible, al termino, podría firmarle mi último libro. No titubeé, la curiosidad me apresuró. Cuando arribé al salón,el hombre se disculpó por llevar cubierto el rostro, decía tener que ocultar su identidad por seguridad nacional. Y yo, que he conocido bastante extravagante ni pío. Al final de la cena, luego de discutir mi estilo, fue tajante, se soltó hablándome de tú y dijo que, como ya conocía a la escritora, se merecía dedicatoria completa. Haga dibujos, dijo, deje un beso con lápiz labial, vamos a pegar una pestaña tuya, una mancha de tinta de tu pluma "especial". También quiero una lágrima, puede ser sudor, nada más decís que era lágrima, y vas a perfumar la página 178. Me quedé boquiabierta, seducida por la confianza del hombre que tenía enfrente. Anda cariño, y juguemos gato antes de la palabra fin. Y saqué mi pluma, la primera, como un arma, comencé a firmar, dibujé el gato y taché la izquierda superior. Querida me susurró, te he estado esperando toda la noche con la pluma de siempre.

1 comentario:

Van dijo...

mmm, dejá de ver a ese barón!