Bandeja de Entrada
A veces no queda sino luz de monitor, Bandeja de Entrada (51); y vacilo en dar clic para poder negar mi soledad y pasar desapercibidos los 51 correos que seguramente son basura sin remitente preferencial. Quito la mano del maus y contengo la angustia, ya nadie me escribe, clic o no clic, es como estar a un botón de que te echen en cara tu insignificancia, que te lean el presente; ese es el tiempo que más duele porque siempre está. Pasado y futuro se olvidan, idealizan o reconstruyen, pero cuando la soledad se conjuga en presente cala de a madres y sueltas el maus, decides no seguir para imaginar palabras que nunca llegan, porque nadie se preocupa por acomodarlas o inventarlas para ti. Y si alguien escribió no sabré, a la mejor se arrepintieron de negarme el trabajo, alguien mandó saludos o pregunta por mi operación. No. Estoy segura de que la correspondencia es algo viejo, los “cómo estás” se reciben y dan por compromiso, se extinguieron las cartas, telegramas insomniales, risas personalizadas, abrazos, mitos que me revelaban verdades y mentiras dolorosas, obscenidades y algunas manías religiosas. Mail para la señorita del sombreritongo rojo, comí un sándwich con frijoles y queso, perseguí un gallo en el Tec, salí temprano… Narrar un te amo, diarreas, puestas de sol, urticaria, sentimientos, juegos y versos era imprescindible, contar una vida real o imaginaria a otro y que èste se interesara era importante, me hacìa feliz, mis anècdotas valìan al ser leìdas. Enviar era como existir y podré sonar débil, frágil o hasta vouyerista, pero algunos como Sartre creen en la extrema semejanza entre una vida narrada y una vivida. Leer, releer garabatos y colocarse algún sentimiento, sentirse poeta o filósofo. Pero párrafos y versos se quedaron atrás o yo me quedé allá y siguieron avanzando, largaron a un sitio donde yo no tengo acceso. Eran una o dos cartas por semana, mis favoritos eran esos de Sin Asunto, los que no tenían qué decir y contaban lo demás. Ahora mi buzón se llena de comunicados con fanfarronadas políticas, promociones, invitaciones a realidades alternas donde se juegan carreras de ego entre fotos y número de comentarios, hasta hice un blog para sentir que era leída cuando ya nadie escribió. Hasta hice un blog. Pero ¿de qué te sirven dos comentarios? Obviamente no funciona, no se pone el todo, no existe de antemano la complicidad, el juego honesto de dos o hasta cinco, la intimidad. Bandeja de Entrada 51, 18, 29, 136, los números no importan, el silencio siempre es el mismo.
A veces no queda sino luz de monitor, Bandeja de Entrada (51); y vacilo en dar clic para poder negar mi soledad y pasar desapercibidos los 51 correos que seguramente son basura sin remitente preferencial. Quito la mano del maus y contengo la angustia, ya nadie me escribe, clic o no clic, es como estar a un botón de que te echen en cara tu insignificancia, que te lean el presente; ese es el tiempo que más duele porque siempre está. Pasado y futuro se olvidan, idealizan o reconstruyen, pero cuando la soledad se conjuga en presente cala de a madres y sueltas el maus, decides no seguir para imaginar palabras que nunca llegan, porque nadie se preocupa por acomodarlas o inventarlas para ti. Y si alguien escribió no sabré, a la mejor se arrepintieron de negarme el trabajo, alguien mandó saludos o pregunta por mi operación. No. Estoy segura de que la correspondencia es algo viejo, los “cómo estás” se reciben y dan por compromiso, se extinguieron las cartas, telegramas insomniales, risas personalizadas, abrazos, mitos que me revelaban verdades y mentiras dolorosas, obscenidades y algunas manías religiosas. Mail para la señorita del sombreritongo rojo, comí un sándwich con frijoles y queso, perseguí un gallo en el Tec, salí temprano… Narrar un te amo, diarreas, puestas de sol, urticaria, sentimientos, juegos y versos era imprescindible, contar una vida real o imaginaria a otro y que èste se interesara era importante, me hacìa feliz, mis anècdotas valìan al ser leìdas. Enviar era como existir y podré sonar débil, frágil o hasta vouyerista, pero algunos como Sartre creen en la extrema semejanza entre una vida narrada y una vivida. Leer, releer garabatos y colocarse algún sentimiento, sentirse poeta o filósofo. Pero párrafos y versos se quedaron atrás o yo me quedé allá y siguieron avanzando, largaron a un sitio donde yo no tengo acceso. Eran una o dos cartas por semana, mis favoritos eran esos de Sin Asunto, los que no tenían qué decir y contaban lo demás. Ahora mi buzón se llena de comunicados con fanfarronadas políticas, promociones, invitaciones a realidades alternas donde se juegan carreras de ego entre fotos y número de comentarios, hasta hice un blog para sentir que era leída cuando ya nadie escribió. Hasta hice un blog. Pero ¿de qué te sirven dos comentarios? Obviamente no funciona, no se pone el todo, no existe de antemano la complicidad, el juego honesto de dos o hasta cinco, la intimidad. Bandeja de Entrada 51, 18, 29, 136, los números no importan, el silencio siempre es el mismo.
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