El pollo y la trenza. Su última intención era vender la trenza de quien tanto amó, pero el hambre también devora a los poetas luego de semanas sin bocado. Agua por las tardes, noches, madrugadas, ni un trozo de pan, jamón o queso; sólo agua y esas pastillas que adelgazan cada vez más el fajo de dinero bajo el colchón. Pensó en gastar lo del medicamento en unas papas, cocerlas con sal y robar una barra de mantequilla, pero ¿y los delirios? Durante unos instantes permaneció afuera de la tienda con el billete arrugado dentro de su puño, miró los pollos girar con sus carnes jugosas, la grasa era un líquido luminoso que le hacia producir increíbles cantidades de saliva, el olor… ¿Le puedo ayudar en algo? Dijo en tono sarcástico la cajera de treinta y maquillaje pastoso. Y no la miró, sino que simplemente pensó en las noches sin dormir, la ansiedad resecando su piel, pero ese pollo, el estómago lleno, un eructo. ¿Hace cuánto no soltaba un ruidazo por la boca?, esos días de sentirse satisfecho y dejar la mitad del plato lleno no volverán, con ella se fueron los anhelos, la sopa, y sólo quedaron el hambre y su trenza. La trenza… su última intención era vender la trenza de quien tanto amó, pero podría juntar diez de los grandes, tener el medicamento, pollo, sopa, leche, uno o dos eructos diarios; ella hubiera querido eso, aún en vida se hubiese cortado el cabello de ser preciso, solía decir que nunca hay que descuidar cuerpo y espíritu por banalidades. Era inútil, sentía romperse los sesos y ya iban a dar las seis, guardó el cabello en un maletín y se dirigió al mercado a vender la pieza. Casi dos metros eran el largo, y un resplandor inigualable, el olor aún seguía: diez de los grandes le dieron y compró tres pollos. El banquete lo extrajo por instantes, sacudió el mantel roído, colocó los tres pollos en hilera recta frente a sí y con las manos comenzó a devorarlos uno por uno. Al tercer pollo y sexto eructo agradeció la existencia de la trenza y pensó qué podría hacer si vendiese nuevamente a su mujer; tal y como lo hizo cuando estaba viva y él comenzó con los delirios. |
sábado, noviembre 29, 2008
miércoles, noviembre 26, 2008
lunes, noviembre 24, 2008
jueves, noviembre 20, 2008
jueves, noviembre 13, 2008
Vino de arriba para contemplar el todo desde abajo, escondió su piel ámbar con una capa gruesa que le cubría hasta los zapatos roídos. Taciturna, delgada, frágil como ala de insecto que vive del néctar que absorbe de las flores. En la aldea todos le apodaron la bruja que robó la luna, del astro no se supo nada desde su arribo a las calles agrietadas del lugar. ¡Es ella la que apagó el cielo!, canturreaban en círculo los chiquillos cada vez que salía de su choza para recolectar aullidos en bolsas de plástico.
Mujer, era una mujer que sobrevivía de pan y luz que daban por trabajar en la fábrica de quinqués. El turno nocturno era evidente en las líneas violeta alrededor de sus ojos y en su bajo peso. ¡A limpiar el pasillo! gritaba el jefe cada 28 días que dejaba espesos charcos de miel tras su paso. Le escurría el dulce por el abrigo, su olor es digno decir, era de una fémina en celo con ansias de ser admirada y seducida.
Una noche nadie le vio más, su tarjeta de entrada y salida de la fábrica quedó suspendida en un 5:45, desapareció el viernes 14 de noviembre. Su casa fue ocupada por un astrónomo ciego, amante de los garabatos cósmicos. Dicen las lenguas y libros, que en la cuarta semana la luna llena volvió a brillar. El cielo que fue un interminable suspiro oscuro se vio iluminado con luces intensas que sorprendieron a infantes y animales, los hombres maduros se quedaron atónitos, y el astrónomo murió envuelto en un torbellino de sonidos. En medio del estallido de millares de bolsas de plástico, los aullidos volaron y celebraron el regreso de Selene al cielo.
puso un anuncio:
Se busca hombre
que me volteé de cabeza.
Para burlar la violencia,
miedo, tristeza, e impotencia,
yo sólo pido
que me pongas pies pa´ arriba.
Voltéame
gírame despacio
tapa mis oídos
protégeme de la venganza ajena.
Vira mi cuerpo entero
porfavor.
Para que por un segundo parezca
que el mundo dejó de andar al revés.
martes, noviembre 11, 2008
.El hombre de la guitarra. Llevas medio día caminando descalzo por la brecha del río, el agua trenzada con millones de preguntas fluye en cualquier sentido y casi llegando a la orilla del planeta que te sostiene, se eleva en una cascada que escupe signos e insectos al espacio. La corriente va rápido, puedes mirar las palabras ir y venir, una antes que diez, veinte, setenta, y otras después de una. Van de izquierda a derecha y al revés, los signos se alejan colina arriba, abajo, sin percatarse del norte, sur, este y oeste; saltan, mojan rodillas, narices frías y acarician tus dedos empapados sin respuesta. En lo que debiera ser lo alto en la tierra, puedes ver un ave rechoncha de papel pecho amarillo. Se desliza por el cielo arrastrándose ligeramente en el humo obscuro de un cielo-agujero que cambia su horizonte cada siete parpadeos. Por ello te has arrancado las pestañas y exprimido el agua de los ojos, tanto lloraste hasta secarlos que olvidaste parpadear; y así fue, el horizonte no se moverá en años. Huele a nubes… Te percatas cuando tu estómago suena y emite sonidos parecidos al hambre. Escuchas deliciosas notas y sales del río aun con algunas preguntas enredadas entre los dedos, corres por el esponjoso césped color mostaza y sigues el olor; esquivas los árboles de lámina que contonean sus copas, revientas algunas piedras viscosas que se atraviesan en tu camino y saludas acordeones con ojos que descansan en sillas de tres patas. A unos metros de Él te detienes intempestivamente, aspiras su olor y lo contemplas en trance con su guitarra. Te recibe con voz de ave en las manos, un hilo de vapor juega entre sus dedos, resbala por las muñecas, lo envuelve lento y desenvuelve en figuras que evocan dioses reales de papel maché y mermelada. Sus labios enrojecen cuando los muerde al ritmo de cada nota, el viento se contagia y el carmín inunda la noche. Bailan mis sentidos hacia ti, revuelvo tus cabellos que flotan buscando gravedad. De nuevo tu estómago grrlhpp… creíste haber terminado con el hambre y que ibas a saciarte con sólo verle, grrlhpp… aún está allí. Te acercas más y suspiras sobre su hombro, abrazándolo por detrás. Y aunque no estás allí físicamente, sino que lo haces sentada desde el rincón donde lo escuchas, siente tu sonrisa que rebota en su mirada cómplice de luna al revés. Los listones melódicos ya no sólo salen de sus dedos, sino del cuerpo entero que pareciera sudar música, acaricia cada poro y enchina la piel. Luce extasiado entre el humo de sus notas, se entrelaza con el ritmo y moldea estrellas fugaces que emigran en forma de enanas explosiones. Como en un beso devoras el primer astro. Te mira, te estremeces, y de pronto son tantas las luces que flotan alrededor que dejas de comerlas. Acarician tu cuerpo, se absorben por la piel, sonrojan las mejillas y despierta tu vientre. Tomas las estrellas, las miras, acaricias, pisas, respiras, y cada que lo haces se multiplican. El planeta pareciera a lo lejos una enorme manzana con pecas brillantes. Los cuerpos chocan y se encienden, de los astros brota un tenue naranja que se transforma en rojo- violeta que sabe a miel. La atmósfera se humedece con las mareas que ahora suplantan todo lo que existía antes de verlo tocar de tan cerca, las olas no perturban su cuerpo alto, altísimo y delgado, dan volteretas que transforman la tierra, agua, aire y fuego en cada rincón. Se responden las preguntas, las copas caen de los árboles y devoran las armónicas, los troncos dan una cuarta pata a las sillas, sus labios y dedos anuncian que dentro del uniforme caos de la noche, nacerá un nuevo sol con alas de ave. |
viernes, noviembre 07, 2008
...El naranjo sin sal. Con las semanas subió la marea en sus ojos, la soledad como la luna le permitía desbordarse sin control y mojar la sala, cojines, libros y su delantal. Bastaba sentir que no había nadie más en casa para dejar correr sensaciones que lastiman el pecho y quiebran la voz. El mañana dejó de reflejarse en su espejo y al contrario de meses atrás, detestaba mirase y al instante quedarse de rodillas sobre el piso, buscando consuelo en la oración. Consuelo de idiotas decía su padre, no alivia, calma un rato y desaparece de la misma forma que llegó. Era su vida un húmedo ir y venir, saló el piso, las flores, incluso las comidas que preparaba eran agrias y pastosas. El llanto remplazó pronto la razón, y no hacía más que sentarse bajo el enorme naranjo a orilla del monte. Quiso dormir y ser árbol de hojas verdes en verano, doradas en otoño y permanecer desnuda en invierno. Esa tarde al regresar con los ojos habitualmente hinchados, pidió a él que apretara la cuerda. La miró y sin siquiera preguntar por sus ojeras y ese salado perfume, ató un fuerte nudo, imaginó que era para cargar la cesta repleta de naranjas, pensó en que la semana siguiente tendrían olor a mermelada perfumando el ambiente, pays, envasados. Naranja. Era un nudo y eso qué, creyó que sólo era un nudo y nunca imaginó que hubiese más, hasta que ella ya no estaba allí, dejó su delantal y sus pies, que seguían colgando luego de una semana. Ya no estaba. Sólo quedó una naranja que rodó por su mano y lanzó para aplastar galaxias de agua que ella creó, que brotaron de sus ojos para inundar otras tierras. |