Diir quiti:
Hoy sentí como si no hubiera estado en los pasillos de la facultad desde hacía ya varios meses, pero al sentarme recordé que en realidad ayer fui a tomar clase a las ocho de la noche. La sensación era como una enajenación, no tenía idea del horario y no supe llegar al salón donde se imparte procesal civil de lunes a jueves.
Si lo pienso sí fue distinto, hasta tomé un refresco de la máquina. Hubo alguien amable que se sentó a parlar sobre si es mejor el chicle con o sin azúcar, situación que no supe francamente como terminó, pues apareció una mujer que nunca antes miré con detenimiento.
La conozco de meses, he estrechado su mano, besado su mejilla y acariciado su cabello, pero lo cierto es que nunca la miré con los sentidos entregados a cada uno de sus movimientos.
Mi atención se centró desde que la vi caminar con más torpeza de la cotidiana, tenía además un collarín en el cuello y con las manos en la cintura le sonreía a lo que se considera un macho alfa entre los pasillos de mi escuela.
Ella es, ¿cómo decirlo? Es fea. Su nariz es tan abultada como su barbilla, su cabello lacio y de tonalidad obscura parece no haber sido cepillado con mucho esmero, mucho menos estilizado. Pero lo que me sorprendió de ella hoy no era su falta de belleza, sino el sentido del humor sincero y la seguridad que denotaba.
Rió y sonrió como las mujeres que taconean en los pasillos, hizo sus ojos brillar más que esas que se atascan la mascara de pestañas volumen ochocientos mil, y su seguridad, su perfecta seguridad me quebró de una manera inexplicable.
Me enajenó y cuando volví a la conversación del chicle con o sin azúcar la envidié; algunas veces yo me sentí así, tan segura de mí y mi sonrisa, como si nunca me hubiera mirado al espejo, como si nunca me hubiera detenido a interiorizar, a juzgar y a mirar a esa burra que tanto detesto.
Si lo pienso sí fue distinto, hasta tomé un refresco de la máquina. Hubo alguien amable que se sentó a parlar sobre si es mejor el chicle con o sin azúcar, situación que no supe francamente como terminó, pues apareció una mujer que nunca antes miré con detenimiento.
La conozco de meses, he estrechado su mano, besado su mejilla y acariciado su cabello, pero lo cierto es que nunca la miré con los sentidos entregados a cada uno de sus movimientos.
Mi atención se centró desde que la vi caminar con más torpeza de la cotidiana, tenía además un collarín en el cuello y con las manos en la cintura le sonreía a lo que se considera un macho alfa entre los pasillos de mi escuela.
Ella es, ¿cómo decirlo? Es fea. Su nariz es tan abultada como su barbilla, su cabello lacio y de tonalidad obscura parece no haber sido cepillado con mucho esmero, mucho menos estilizado. Pero lo que me sorprendió de ella hoy no era su falta de belleza, sino el sentido del humor sincero y la seguridad que denotaba.
Rió y sonrió como las mujeres que taconean en los pasillos, hizo sus ojos brillar más que esas que se atascan la mascara de pestañas volumen ochocientos mil, y su seguridad, su perfecta seguridad me quebró de una manera inexplicable.
Me enajenó y cuando volví a la conversación del chicle con o sin azúcar la envidié; algunas veces yo me sentí así, tan segura de mí y mi sonrisa, como si nunca me hubiera mirado al espejo, como si nunca me hubiera detenido a interiorizar, a juzgar y a mirar a esa burra que tanto detesto.
1 comentario:
Qué interseante... Quién es ella? Bueno bueno, no importa, con la descripción tan detallada de seguro la encontraré.
y por cierto, a dónde se ha ido tu embarazo?
Nos vemos el jueves en el san juan. mi cumpleaños.
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