Domingo SANTO.

Duendes verdes se columpian de mis ojos hinchados. Ayer se me estiró el insomnio de los párpados al pie de la cama, debí dormir un cuarto de noche y llorar los cuatro enteros.

No estoy en la nota correcta, condicionada al frío hervor de tus manos he estafado mi vientre; no es venganza, piedad, ni mucho menos lujuria, es extrañarte: implorarte sobre el polvo de un carbón-diamante ceñida a la media luna.
Deseo corregir el tiempo desfondándome del perturbado exilio al que me ha traído tu no presencia.

Hoy en domingo santo escupo mis manos, decoloro el remordimiento con ayuda de un locuaz tranquilizante; después de todo es tarde seguro que hoy tampoco llamarás.