sábado, noviembre 29, 2008

El pollo y la trenza.

Su última intención era vender la trenza de quien tanto amó, pero el hambre también devora a los poetas luego de semanas sin bocado. Agua por las tardes, noches, madrugadas, ni un trozo de pan, jamón o queso; sólo agua y esas pastillas que adelgazan cada vez más el fajo de dinero bajo el colchón. Pensó en gastar lo del medicamento en unas papas, cocerlas con sal y robar una barra de mantequilla, pero ¿y los delirios?

Durante unos instantes permaneció afuera de la tienda con el billete arrugado dentro de su puño, miró los pollos girar con sus carnes jugosas, la grasa era un líquido luminoso que le hacia producir increíbles cantidades de saliva, el olor… ¿Le puedo ayudar en algo? Dijo en tono sarcástico la cajera de treinta y maquillaje pastoso. Y no la miró, sino que simplemente pensó en las noches sin dormir, la ansiedad resecando su piel, pero ese pollo, el estómago lleno, un eructo. ¿Hace cuánto no soltaba un ruidazo por la boca?, esos días de sentirse satisfecho y dejar la mitad del plato lleno no volverán, con ella se fueron los anhelos, la sopa, y sólo quedaron el hambre y su trenza.

La trenza… su última intención era vender la trenza de quien tanto amó, pero podría juntar diez de los grandes, tener el medicamento, pollo, sopa, leche, uno o dos eructos diarios; ella hubiera querido eso, aún en vida se hubiese cortado el cabello de ser preciso, solía decir que nunca hay que descuidar cuerpo y espíritu por banalidades.

Era inútil, sentía romperse los sesos y ya iban a dar las seis, guardó el cabello en un maletín y se dirigió al mercado a vender la pieza. Casi dos metros eran el largo, y un resplandor inigualable, el olor aún seguía: diez de los grandes le dieron y compró tres pollos.

El banquete lo extrajo por instantes, sacudió el mantel roído, colocó los tres pollos en hilera recta frente a sí y con las manos comenzó a devorarlos uno por uno. Al tercer pollo y sexto eructo agradeció la existencia de la trenza y pensó qué podría hacer si vendiese nuevamente a su mujer; tal y como lo hizo cuando estaba viva y él comenzó con los delirios.

miércoles, noviembre 26, 2008

...

Sólo zambulléndose en el reflejo de un pozo,
hallan los narcisistas su descanso.

lunes, noviembre 24, 2008

y si te digo que tiamo...

Ocupaste el lugar de las voces

y yo,

volví a la realidad.















La Calle.

Voy a cruzar sin mirar a los lados
para ver si un golpe seco
de suerte me acoge,
me lleva lejos, a la Nunca Vista
donde no existen altos
dobles, triples sentidos;
Necesito cruzar
vivir libre y despistada
sin posibilidad de morir.

jueves, noviembre 20, 2008

...

No quiero saber si volverá el lobo, prefiero topármelo de frente y estremecerme a ritmo y miedo del instante. No quiero temblar cada mañana al salir, no quiero entrar al bosque y sentir que llegó cuando aún anda lejos.

jueves, noviembre 13, 2008

.La bruja que robó la luna.

Vino de arriba para contemplar el todo desde abajo, escondió su piel ámbar con una capa gruesa que le cubría hasta los zapatos roídos. Taciturna, delgada, frágil como ala de insecto que vive del néctar que absorbe de las flores. En la aldea todos le apodaron la bruja que robó la luna, del astro no se supo nada desde su arribo a las calles agrietadas del lugar. ¡Es ella la que apagó el cielo!, canturreaban en círculo los chiquillos cada vez que salía de su choza para recolectar aullidos en bolsas de plástico.

Mujer, era una mujer que sobrevivía de pan y luz que daban por trabajar en la fábrica de quinqués. El turno nocturno era evidente en las líneas violeta alrededor de sus ojos y en su bajo peso. ¡A limpiar el pasillo! gritaba el jefe cada 28 días que dejaba espesos charcos de miel tras su paso. Le escurría el dulce por el abrigo, su olor es digno decir, era de una fémina en celo con ansias de ser admirada y seducida.

Una noche nadie le vio más, su tarjeta de entrada y salida de la fábrica quedó suspendida en un 5:45, desapareció el viernes 14 de noviembre. Su casa fue ocupada por un astrónomo ciego, amante de los garabatos cósmicos. Dicen las lenguas y libros, que en la cuarta semana la luna llena volvió a brillar. El cielo que fue un interminable suspiro oscuro se vio iluminado con luces intensas que sorprendieron a infantes y animales, los hombres maduros se quedaron atónitos, y el astrónomo murió envuelto en un torbellino de sonidos. En medio del estallido de millares de bolsas de plástico, los aullidos volaron y celebraron el regreso de Selene al cielo.
.......
Cansada de mirar el caos
puso un anuncio:
Se busca hombre
que me volteé de cabeza.

Para burlar la violencia,
miedo, tristeza, e impotencia,
yo sólo pido
que me pongas pies pa´ arriba.

Voltéame
gírame despacio
tapa mis oídos
protégeme de la venganza ajena.

Vira mi cuerpo entero
porfavor.
Para que por un segundo parezca
que la gente muere de forma natural;
para que por un segundo parezca
que el mundo dejó de andar al revés.
Su su sueerte en tu viaje.

!Clap clap aquí!

Y entonces reconoció que es posible admirar y amar al mismo hombre.

martes, noviembre 11, 2008


.El hombre de la guitarra.

Llevas medio día caminando descalzo por la brecha del río, el agua trenzada con millones de preguntas fluye en cualquier sentido y casi llegando a la orilla del planeta que te sostiene, se eleva en una cascada que escupe signos e insectos al espacio. La corriente va rápido, puedes mirar las palabras ir y venir, una antes que diez, veinte, setenta, y otras después de una. Van de izquierda a derecha y al revés, los signos se alejan colina arriba, abajo, sin percatarse del norte, sur, este y oeste; saltan, mojan rodillas, narices frías y acarician tus dedos empapados sin respuesta.

En lo que debiera ser lo alto en la tierra, puedes ver un ave rechoncha de papel pecho amarillo. Se desliza por el cielo arrastrándose ligeramente en el humo obscuro de un cielo-agujero que cambia su horizonte cada siete parpadeos. Por ello te has arrancado las pestañas y exprimido el agua de los ojos, tanto lloraste hasta secarlos que olvidaste parpadear; y así fue, el horizonte no se moverá en años.

Huele a nubes… Te percatas cuando tu estómago suena y emite sonidos parecidos al hambre. Escuchas deliciosas notas y sales del río aun con algunas preguntas enredadas entre los dedos, corres por el esponjoso césped color mostaza y sigues el olor; esquivas los árboles de lámina que contonean sus copas, revientas algunas piedras viscosas que se atraviesan en tu camino y saludas acordeones con ojos que descansan en sillas de tres patas. A unos metros de Él te detienes intempestivamente, aspiras su olor y lo contemplas en trance con su guitarra. Te recibe con voz de ave en las manos, un hilo de vapor juega entre sus dedos, resbala por las muñecas, lo envuelve lento y desenvuelve en figuras que evocan dioses reales de papel maché y mermelada. Sus labios enrojecen cuando los muerde al ritmo de cada nota, el viento se contagia y el carmín inunda la noche.
Bailan mis sentidos hacia ti, revuelvo tus cabellos que flotan buscando gravedad.

De nuevo tu estómago grrlhpp… creíste haber terminado con el hambre y que ibas a saciarte con sólo verle, grrlhpp… aún está allí. Te acercas más y suspiras sobre su hombro, abrazándolo por detrás. Y aunque no estás allí físicamente, sino que lo haces sentada desde el rincón donde lo escuchas, siente tu sonrisa que rebota en su mirada cómplice de luna al revés.

Los listones melódicos ya no sólo salen de sus dedos, sino del cuerpo entero que pareciera sudar música, acaricia cada poro y enchina la piel. Luce extasiado entre el humo de sus notas, se entrelaza con el ritmo y moldea estrellas fugaces que emigran en forma de enanas explosiones. Como en un beso devoras el primer astro. Te mira, te estremeces, y de pronto son tantas las luces que flotan alrededor que dejas de comerlas. Acarician tu cuerpo, se absorben por la piel, sonrojan las mejillas y despierta tu vientre. Tomas las estrellas, las miras, acaricias, pisas, respiras, y cada que lo haces se multiplican. El planeta pareciera a lo lejos una enorme manzana con pecas brillantes. Los cuerpos chocan y se encienden, de los astros brota un tenue naranja que se transforma en rojo- violeta que sabe a miel. La atmósfera se humedece con las mareas que ahora suplantan todo lo que existía antes de verlo tocar de tan cerca, las olas no perturban su cuerpo alto, altísimo y delgado, dan volteretas que transforman la tierra, agua, aire y fuego en cada rincón.
Se responden las preguntas, las copas caen de los árboles y devoran las armónicas, los troncos dan una cuarta pata a las sillas, sus labios y dedos anuncian que dentro del uniforme caos de la noche, nacerá un nuevo sol con alas de ave.

viernes, noviembre 07, 2008

...El naranjo sin sal.

Con las semanas subió la marea en sus ojos, la soledad como la luna le permitía desbordarse sin control y mojar la sala, cojines, libros y su delantal. Bastaba sentir que no había nadie más en casa para dejar correr sensaciones que lastiman el pecho y quiebran la voz. El mañana dejó de reflejarse en su espejo y al contrario de meses atrás, detestaba mirase y al instante quedarse de rodillas sobre el piso, buscando consuelo en la oración. Consuelo de idiotas decía su padre, no alivia, calma un rato y desaparece de la misma forma que llegó. Era su vida un húmedo ir y venir, saló el piso, las flores, incluso las comidas que preparaba eran agrias y pastosas. El llanto remplazó pronto la razón, y no hacía más que sentarse bajo el enorme naranjo a orilla del monte. Quiso dormir y ser árbol de hojas verdes en verano, doradas en otoño y permanecer desnuda en invierno.

Esa tarde al regresar con los ojos habitualmente hinchados, pidió a él que apretara la cuerda. La miró y sin siquiera preguntar por sus ojeras y ese salado perfume, ató un fuerte nudo, imaginó que era para cargar la cesta repleta de naranjas, pensó en que la semana siguiente tendrían olor a mermelada perfumando el ambiente, pays, envasados. Naranja. Era un nudo y eso qué, creyó que sólo era un nudo y nunca imaginó que hubiese más, hasta que ella ya no estaba allí, dejó su delantal y sus pies, que seguían colgando luego de una semana. Ya no estaba. Sólo quedó una naranja que rodó por su mano y lanzó para aplastar galaxias de agua que ella creó, que brotaron de sus ojos para inundar otras tierras.

jueves, noviembre 06, 2008

...Esperanza.

Sólo ella me conduce ciega entre veredas roídas por inseguridad y miedo. La fe me sabe a camino cuando la llevo dispersa en el perfume de mi cuerpo. Entre miles de galaxias bendigo la esperanza de marcharme un día con las estrellas, para hacer reír al cielo y ahorcar a la luna.
Al Bar Tres Gallos.


Pero que vaya despacio, dijo una de las mujeres que se acercaron al taxi. Serían se seten taa pesos, tartamudeó el chofer mientras trataba de mirar más allá de la falda que les llegaba quince dedos arriba de la rodilla. Eran dos y a leguas ninguna era virgen, eran de las que llevan 25 años en la voz y 16 en los ojos. Su cordialidad incitaba a subirlas y conducir despacio por el simple afán de mirarlas, de deleitar y embriagar la mente con deseos propios de una revista, pornografía para inseguros, desilusionados, plantados, enfermos, pubertos, pecadores y taxistas de turno completo.

Soy solamente este cuerpo. La frase de la morena le estremeció cerca de la entrepierna al ritmo que la puerta de su nissan 94 se cerró bruscamente. ¡PAaF! Directo al Bar Tres Gallos. El taxista arrancó y mientras trataba de olfatear su axila para cerciorarse de no oler tan mal, miró el retrovisor. Se rascó la barriga y vio como dos bocas pequeñas se deseaban en un ir y venir de manos, eran miradas inocentes que como camaleón saltaban y arañaban sus ojos grises escondidos detrás de un grueso armazón de plástico negro. Era la falda tan corta, las tres cervezas de la cena y los cabellos rizados los que incitaban a frenar y mirarlas de frente. Esa gargantilla dorada en su cuello delgado; sería sencillo retorcerlo y tomarla completa con una sola mano. Ese anillo de piedras brillosas, esa gargantilla, esa gargantilla de nuevo. Era parecida a la de su esposa Martha que espera en casa con una panza de seis meses, desde que concibieron no han tenido sexo. Lastimas al bebé, refunfuñó mientras se picaba la nariz y miraba aquellas mujeres que como gacelas se perdían entre los reflejos de luces de los demás autos y lámparas agrias de la ciudad. La cama se volvió grande, las noches largas, el colchón que antes albergaba un cuerpo unido, ahora llevaba dos. Ella y El, separados por dos grandes barrigas, el hastío del trabajo, el dolor en los tobillos, antojos y ronquidos. La guitarra en el radio era nefasta por la voz chillona del cantante y ese patético locutor nocturno. El quiso alguna vez trabajar en la radio, directo en la consola con cientos de botones coloridos que pulsar, se figuraba los de los cohetes que van al espacio, pero tuvo que dejar su futuro prometedor para mantener al hijo bastardo de su esposa. Las cosas que deja de hacer uno por amor. Y el retrovisor: ellas. Ya no sólo era coquetería inocente, sino toqueteos. Fijó nuevamente el espejo y se limpió la boca con un pañuelo que más bien olía a tabaco que a loción. Temblaban sus manos hasta tal punto de colocar a su esposa en segundo, que digo segundo, último plano. ¿Y si rodeo la avenida Sforth se darán cuenta? Era el ansia del todo por el mirar, pero ellas podrían darse cuenta y sabrían que algo anda mal, así que mejor bajó la velocidad mientras una detrás de la otra se hablaba con suavidad; se llamaban querida, puta conciencia de mi pesar y esperanza. Y de pronto, el clic que anuncia la liberación de unos tiernos senos que respiran el frío de la ventana, el taxista alza la vista y se levanta un poco del asiento, quiere mirar, entrar al espejo, voltear y voltea; y la vuelta, el semáforo no alcanza el verde y ¡piiiip! Esquiva lo que pudo ser un aparatoso choque. Se limpia el sudor, el susto, y observa como una tersa mano hurga debajo de la falda, lo incita, lo colma y ¡joder! Grita. ¡Un trío! Pero sólo le responde un olor a hierba. Sigue la música en la radio, son las 5:45 en la capital y en ese instante lo sabe, en el sillón de atrás hay un sexo dispuesto a ser ocupado por cualquiera que ostente pecados y fe. 5:45 repiten con voz automatizada, temperatura de diez grados centígrados. Diez, veinte, cincuenta, fahrenheit o celsius que más da, una de ellas resbala sus dedos como si acomodara un montón de hojarascas en un frasco, la muñeca morena se retuerce en lo que ya eran diez dedos bajo el ombligo, olor dulce, sonidos, ¡joder! gritó de nuevo el taxista, seamos tres y que sean diez pesos hasta el Bar.

¿Di eezzz? Dijo la de cabellos rizados cerca de su oído, mientras le humedecía el cuello con su aliento fresco, vos sos lo que no podes tocar. Y date de vivo que has sido testigo, dijo la otra ya sin la falda; y en pleno despegue sacó un instrumento recto, acolchonado de las puntas y con vibración propia. Lo tomó ante la incredulidad del chofer que viraba en la curva con la certidumbre de oír un gemido con la sola compañía de su volante.

Cuando quierassszz…. Suspiro. Jadeo. Brazos. Dientes. Ese cuello. Dos, tres piernas, lo que parecieran diez lenguas en perfecta sincronía danzan alrededor, se envuelven finamente como quienes se conocen de otra vida. El quería ir detrás, sostener y apretar algo más que el estúpido volante, aunque fuera mirar de frente como si comprendiera el amor puro entre dos mujeres. Luz Roja. Paso peatonal. Verde. Pri mee raa… Primera. Clutch, primera y el retrovisor, y la imagen desnuda de un cuerpo carcomido por los excesos, salvado por la fisonomía de un inocente infante. Clutch, se gunda, las notas de un piano aderezan el camino, la maldita hora de nuevo, la voz chillona y el reggaeton que le desesperan tanto como no poder virar la cabeza hacia atrás. Y de pronto lo recuerda, allí esta el anuncio luminoso: la inminente llegada al bar y la rabia de nacer hombre.

Frena. Son Setenta pesos… dijo con coraje y un bulto a estallar. Miró la falda que llegaba nuevamente a quince dedos arriba de la rodilla. Se mordió los labios y echó un escupitajo espeso al piso. Retrovisor: vacío. Y mientras contonean sus delgadas figuras y afilan la sonrisa para entrar al Bar Tres Gallos, prende un cigarrillo; se deleita pensando que pudo cobrar diez pesos, olvidar a su mujer, su panza y su bastardo; olvidar el turno de un taxista en romanza que no tendrá sexo al menos esta noche y en los próximos tres meses.