Cliché
Asegure sus calcetines antes de dormir
Llevo cuatro días haciéndolo, no recuerdo cómo y no se por qué. Espero mañana pare. No se asuste no me interesa robar sus calcetines mientras duerme, se trata de los míos.
Primer día
Lunes. Me levanté como a eso de las seis veinte con un calcetín puesto, uno extraviado y el cabello revueltísimo. Soñé que un zapato se desintegraba con mi caminar e intuí fue culpa de la prenda fugada; era un extraño y delicioso placer sentir mi pie desnudo revolcándose por el colchón mientras decidía levantarme de un solo golpe o esperar acostada hasta el final de “consequence”.
Segundo día
El frío se trenzó nuevamente en mi pie izquierdo. Amaneció desnudo. Sonreí, busqué al susodicho extraviado y no produjo la menor importancia.
Tercer día
En cuanto atendí al melodioso despertador rasqué colchón con mi pie. Puff... el fulano sin prenda. Medité y medité, especulé. Me cansé de especular.
Cuarto día
En la noche, antes de acurrucarme en mis veinte sarapes planeé con discreción una estrategia para engañar al tremendísimo nudista. Pensé en posibilidades incómodas como dormir con botas altas y cintas, posibilidades frías como dormir sin calcetines, usar mallas, medias, amarrarme los pies y de pronto lo encontré: ¡Doble calcetín! Así fue. Vestí para la ocasión un par de calcetas negras con zona individual para cada dedo, (tienen lindas mariposas fosfos) y además tines blancos, gruesos y ajustados. Nada podía fallar, nadie alertaría al rebelde sobre la trampa.
Desperté encapullada en mi cobijita de franela verde, extasiada por un nuevo triunfo: haber burlado al ex-nudista. Pero mi éxtasis duro poco, el insurrecto fue listo y logró zafarse de los dos trapos.
¡¡Carajo!! No se puede uno ni dormir porque luego-luego mi cuerpo canta, grita, habla o se sienta a regañar a mi hermana. Por eso ya nadie quiere dormir conmigo… bueno, hay sus excepciones... ya veremos qué con mi pie, lo mandaré a terapia creo.
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