sábado, mayo 13, 2017

Memoria remolino






No esperes que te diga algo susurró su reflejo en el agua.

El perro alzando las orejas miró a su alrededor, trató de encontrar a alguien más pero excepto por los árboles, las rocas y la basura de los lugareños, estaba solo cerca del charco-laguna.

 Ya veo contestó el perro—. No dirás nada, no lo esperaba,  acentuó moviendo el hocico cerca del agua.

 El aire se sentía helar, las nubes avanzaban mecánicas, el cielo era una especie de imagen repetida como si se diera vuelta a la misma cinta una y otra vez.

Pues sí volvió a hablar el reflejo—. A veces este mundo es un aburrimiento.

 No de este lado respondió a sí mismo.

Pues sería fantástico cambiar lugares, aunque ni las sombras tienen tanta suerte. ¿Ellas, serán inmortales?  —preguntó el reflejo.

Nadie es inmortal a la luz, se contestó.


El reflejo comenzó  a difuminarse, el agua del charco-laguna se abrió en una especie de remolino y con ella su memoria giró, (vórtice, el tiempo es apariencia, un montoncito de reflejos, acaso un lento ciclón que algunos días todo lo agita, dentro). Su primer recuerdo: el vuelo de una rechoncha torcacita tras los pies de su dueño, de quien sólo alcanza a rememorar unas botas anchas, de plástico. Su primer sentir: una mano sobándole la cabeza suavecito, diciéndole algo dulce y ridículo. Su primer sabor: salado. Su primer sonido: respiración agitada. Su primer dolor: pisar un torito. ¿Cuántos años tiene? no lo sabe, pero casi recuerda su primer ladrido mientras en el agua las líneas siguen multiplicándose, tantas tantas líneas como lunas ha presenciado.  

Foto: Bieno

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