jueves, septiembre 13, 2007

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Una hora sentada. Envilecida por su silencio no había cesado de seguirle con los ojos, toda su maldad se arrojaba hacia él, por qué, sin saber por qué no podía conservar el menor sentimiento hacia aquel hombre. Ojalá se lo llevara la tisis repetía su mente, así como en un parpadeo, aunque tendría que ser uno muy largo, una tisis voraz, un parpadeo de cinco horas. Llenó la copa y ahí estaba la escalera, estrecha, empinada, sucia, podría arrojarle y luego reanudar amistades sin recelo. La lucha sostenida la obligaba a exasperarse más con cada paso que daba él en la habitación, cómo, cómo coños dejarle vivir? Estaba a un suspiro de creer de buena fe que una nueva vida le esperaba a él bajando abruptamente las escaleras.

(y suspiró)

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