miércoles, abril 21, 2010


A Pascual le gusta pasear de noche porque su oscurísimo plumaje, se funde en el lienzo donde tintinean las estrellas.

lunes, abril 19, 2010


Es la ansiedad como el reloj del conejo que

corre por el bosque.

jueves, abril 15, 2010

Recordando...

Está parado bajo el árbol. Alza su mano para despedirse de mí y mientras el camión comienza a alejarse, saco la cabeza por la ventana para gritarle ¡adioooss! Me siento contenta de haber pasado la tarde juntos. De alguna manera sé que lo encontraré pronto, tomando café o caminando por la avenida Bolívar. Es un vago. Un tipazo de barba, bastón y faritos. Amante de los libros y regañón a placer. Mientras pienso en nuestra despedida no puedo evitar sentirme cursi, ya no pululan caballeros que te cedan paso al abrir una puerta, que usen sombrero y se lo quiten para saludar y mucho menos, que te acompañen a la parada del camión. Son detalles dulces. Con el tiempo, he aprendido que tras el velo transparente de sus ojos existe un joven infatigable, curioso, culto, necio como la chingada misma y precisamente eso, es lo que me agrada y lo que me concedió el placer de su compañía del café hasta la parada del camión en la Ocampo y Bolívar.
Estábamos tomando como el quinto americano, cuando se dio el tiempo de echar fuga. Él, se levantó ante mi anuncio y de inmediato tomó su bastón para decirme: "te acompaño." Yo pensé en varios inconvenientes, para empezar la distancia y para terminar su paso hecho lento a fuerza de los años. Pero no dije nada. Porque la verdad es que si él se ofrecía, era obvio que yo no tendría porque oponerme, al contrario me complacía. Y pagamos y nos fuimos, charlando largo y tendido. Riendo de la vida, de sus travesuras. Mi anécdota favorita, es la de su primer matrimonio, se casó sin analizar, sin darle vueltas, se casó de sopetón a mitad de un maratón Guadalupe-Reyes. ¿Qué sería de la vida sin las personas libres? Me pregunto cuando me acepto cobarde hasta para enamorarme, ya no digamos emparentarme por el civil. Podría escucharlo por horas, alegando, leyendo con su lupa, haciendo brillar sus ojos al hablarme de la Luz que lleva en el corazón desde hace años. Esta enamorado. Pareciera como si fuera desde siempre, porque apenas la menciona su voz se suaviza y entorna la mirada.
¡Ah que muchacho! sólo alcanzo a pensar cuando montada en el armatoste de hierro, Ruta 15, me alejo del jesuita, editorialista, padre, abuelo y esposo que con más de ochenta años, está parado como un joven cualquiera bajo el árbol, buscando un cigarro en su morral.